Después de tiempo decidí dar una limpieza a los libros de mi biblioteca, que si bien tienen un uso continuo, el polvo siempre va quedando en cada una de las estanterías.
Tal vez como la mayoría de bibliotecas, la mía también fue creciendo con los libros que fueron llegando poco a poco; por autores que me interesaron, por sus títulos que llamaron mi atención y, muchas de ellos, producto de recomendaciones de amigos libreros y lectores. También llegaron libros que considero como recomendados por otros autores, porque una de las cosas que disfruto en un libro es internarme en las páginas de las bibliografías y, mientras más extensas, mejor. De esas páginas salieron muchos de los títulos y autores que forman mi biblioteca.
Mientras quitaba el polvo a cada uno de ellos, recordaba la lectura de sus páginas, encontraba alguna anotación que había hecho en ellos y que muchas veces reviso, sobre todo si son libros de consulta.
Ese contacto con cada uno de los libros, también traían a mi memoria lo que leí en sus páginas y las experiencias que tuve relacionadas a esas lecturas. Con Historia de dos ciudades de Dickens recordaba mis paseos en los puentes sobre el Sena, como siguiendo los rastros de sus personajes que caminaron por esos lugares. Al coger el libro Nuestra señora de París aparecieron los recuerdo de la visita a la Catedral de Notre Dame, sus campanarios y las imágenes de Quasimodo, Esmeralda y esos personajes que habitaron la obra de Victor Hugo.
Al llegar a los libros que conforman La palabra del mudo de Julio Ramón Ribeyro, recordé mis paseos por las calles del distrito de Miraflores, en la ciudad de Lima, al encuentro de las calles que aparecen en sus cuentos; lo mismo sucedió con la novela La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa al recorrer las calles que el personaje “el poeta” menciona en esa obra.
Otro de los libros que me trajo recuerdos de lugares fue Némesis de Philip Roth y de las caminatas que realicé durante un viaje a New Jersey en busca de las calles, la escuela y el barrio judío que aparecen en esa novela.
Muchos de esos libros están unidos al recuerdo de alguna librería en la que los compré; por ejemplo, los Cuentos completos 1964-1974 de Alfredo Bryce Echenique, en una edición de Alianza Editorial, que conseguí en una conocida librería en Hamburgo.
Durante un viaje a Medellín, pude comprar una veintena de libros en una librería que visité a menudo durante los pocos días que estuve en esa ciudad; sin embargo de todos esos libros, el que más me hace recordar aquella librería y las charlas con los libreros es Antología de crónica latinoamericana actual de Darío Jaramillo (Ed.) que en la actualidad estoy leyendo y disfrutando cada una de las crónicas incluida en ese libro.
Al llegar a la sección de los escritores centro europeos, que está en la parte central de mi biblioteca, llegué a Primavera de café: un libro de lecturas vienesas de Joseph Roth. Durante una visita a una librería en la que trabajaba un amigo librero, vio que estaba revisando ese libro y me preguntó:
– ¿Has leído a Joseph Roth?
– No.
– Te recomiendo ese libro. Puedes tomar asiento en esa silla y empieza a leerlo.
Eso hice y ese fue el primer libro de Joseph Roth que llegó a mi biblioteca; luego seguiría el resto de su obra y la de otros autores centro europeos como Arthur Schnitzler, Stefan Zweig, Alfred Polgar, Heimito von Doderer, Robert Walser y muchos otros.
También llegué a aquellos libros que llegaron a mi biblioteca como un regalo de amigos libreros, como Vanguardia en México 1915-1940, que contribuyó a la búsqueda de libros sobre el tema de la vanguardia, y La eternidad de un día. Clásicos del periodismo alemán (1823-1934), un extraordinario libro de artículos del periodismo alemán que me permitió conocer a otros autores como Karl Kraus, Peter Altenberg, Franz Hessel, entre otros.
Luego llegue a esos libros que tienen la firma de sus autores y ocupan un lugar especial en mi biblioteca y, también, hay dos libros que los compre, sin saber que tenían una dedicatoria del autor dirigida a alguien. Uno de esos libros lo encargué a una amiga que se encontraba de viaje en Buenos Aires y lo compró en una librería de viejo. Se trata de una edición de 1962 de Revistas argentinas de vanguardia (1920-1930) de Nélida Salvador, firmado por su autora a una persona. El libro estaba sin uso; tenía las hojas unidas por los bordes y no habían sido separadas, como diciendo “aún no he sido leído”. Pensé: tal vez no lo recibió nunca el o la destinataria; se quedó guardado durante la presentación del libro; quien lo recibió no tuvo interés en leerlo o tal vez se murió antes de leerlo; en fin, cosas que uno puede pensar en situaciones como esa.
El otro libro me lo compraron en una ciudad española; el libro estaba nuevo pero me llegó con la firma del autor y su dedicatoria a una persona. Al parecer nunca llegó a las manos de la persona que estaba dedicado; tal vez se quedó en la librería el día de la presentación del libro, tal vez lo olvidaron en la librería y paso a formar parte de los libros en venta, que luego yo adquirí.
Durante este recorrido por mi biblioteca, revisaba la distribución que logré hacer con mis libros, algo muy personal como dicen diferentes autores al hablar de sus bibliotecas. En mi caso están agrupados como escritores norteamericanos, ingleses, franceses, centro europeos, en los que incluyo todo sobre las dos guerras mundiales y la revolución rusa; luego están los escritores peruanos, latinoamericanos, vanguardismo que incluye autores de diversas nacionalidades pero, sobre el mismo tema; luego está la sección de poesía, la de revistas culturales que incluye reproducciones facsimilares de revistas vanguardistas de los años veinte; también tienen un espacio los libros sobre periodismo y crónicas. Otro lugar está ocupado con los libros de teoría literaria junto con ensayos sobre literatura y otro por los textos de filosofía y temas afines.
Es cierto que los libros son como una hoja de ruta de nuestras lecturas y preferencias literarias y de investigación.
Hace tiempo encontré una frase que, según indicaban, provenía de Jorge Luis Borges. La cito de memoria: “No me enorgullezco de los libros que he escrito, sino de los libros que he leído”. Muy cierto.
Carlos Tupiño Bedoya
Junio, 2020