Eine Bretzel bitte

Eine Bretzel bitte

Me gusta disfrutar el sabor de un buen pan. Cuando viajo, veo una oportunidad de probar los panes en las ciudades que visito. El viaje a Alemania no fue la excepción.

Desde el primer paseo en las ciudades alemanas, que se inició en Hamburgo, llamó mi atención la gran variedad de panes que se pueden encontrar y saborear en los diferentes establecimientos: panes con almendras, con semilla de girasol, con nueces, de cebada, es decir, una exquisita variedad, como preparados pensando en satisfacer no sólo los paladares más exigentes sino, también, los más diversos; sin embargo, dentro de toda esa espectacular variedad, uno de los que me fascinó fue el Bretzel. Empecé a saborearlo desde el primer paseo. Recuerdo que el precio era de €0.50 y los podía encontrar en los establecimientos que hay en el metro, en los centros comerciales, en el puerto, en las estaciones de los buses, y en cada café que uno pueda encontrar en las ciudades, donde aparte de saborear los deliciosos panes, se puede disfrutar de un excelente café.

En cada ciudad, las panaderías eran una visita obligada y siempre las encontraba en mi camino, tal como sucedió en Heidelberg, Bergedorf, Ahrensburg, Trier, Berlin, Lübeck. En todas esas ciudades tenían el mismo sabor… tan especial. Era como si todos esos Bretzel hubieran sido hechos con una misma receta y por un mismo panadero.

Una tarde de invierno del mes de enero, que podía confundirse fácilmente con la noche –a las cuatro de la tarde estaba oscuro–, estábamos en Ahrensburg, ubicada al noreste de Hamburgo, y decidimos ir a tomar un café al Caligo-Coffee –acogedora y elegante cafetería, con fama de preparar un delicioso café– ubicado en la calle Rondeel, una vía peatonal en la que se encuentran diferentes establecimientos comerciales en el centro mismo de esa pequeña, hermosa y acogedora ciudad. Dentro del local se podía leer: KAFFEE SPEZIALITÄTEN ZUM GENIESSEN. Lo primero que pedí no fue precisamente el café sino un jugo de ciruelas con banana; no recuerdo el nombre en alemán pero no olvido esa extraña y deliciosa mezcla de sabores. Luego de disfrutar ese jugo, pedí el café –la especialidad de la casa–. Como ya había aprendido la lección en otros cafés visitados anteriormente, solo me limité a pedir un kaffee. Si se pide un café americano o simplemente un americano, la persona que toma el pedido preguntará: “¿qué es eso?”, y luego que uno le da la explicación nos responderán que eso se llama Kaffee –simplemente café con agua. Mientras esperaba el café y miraba por la ventana la escena de los paseantes con gruesas y coloridas ropas, alumbrados por las luces amarillas provenientes de los faroles ubicados a lo largo de la zona peatonal, llenando ese ambiente invernal con una agradable calidez; de pronto, vi una panadería, exactamente frente al lugar en que nos encontrábamos; en el letrero encendido se leía: Junge Die Bäckerei. Les pedí a mi esposa y a mi cuñada que me enseñaran la frase en alemán para pedir el Bretzel. Inmediatamente la repetí: Hallo, eine Bretzel bitte. Acto seguido, me dirigí a la panadería, listo para pronunciar esa frase y obtener el delicioso pan para acompañar el café que estaba esperando. Entré en la panadería y empecé a mirar las diferentes canastas conteniendo toda esa variedad de panes; hasta que mis ojos vieron la ansiada canasta con el pequeño cartel que decía Bretzel… pero,… estaba vacía… era la única canasta vacía. Cuando la señorita que atiende me saludó, simplemente pregunté: ¿Bretzel? Ella respondió: nein, moviendo la cabeza como queriendo no dejar dudas acerca de su respuesta. Simplemente, di media vuelta y regresé por el café que ya había sido servido.

“Luego” de ese suceso, en la penúltima noche de nuestro viaje, nos habíamos quedado a dormir en la casa de mi cuñada y, en la mañana me di el gusto de ir a comprar –yo solo– el pan para el desayuno con la familia. Mientras caminaba hacia la panadería, en medio de la lluvia y el viento helado que daban un aspecto especial a esa mañana que forma parte de mis gratos recuerdos, pensaba en cómo pediría la variedad de panes que deseaba comprar para el desayuno. Luego de caminar unas cuadras llegué a la panadería. En medio de la calefacción del local y el calor emanado por los hornos elegí diversos panes entre toda esa variedad que ofrecían al público. Simplemente los señalaba con la mano, indicando con los dedos cuantos quería comprar. Cuando tuve que cancelar los panes, le señalaba a la cajera los tipos de pan y cuántos había comprado, luego me dijo la cantidad total; se dio cuenta que no entendí y con toda amabilidad escribió la cantidad de Euros en un papel. Al salir con mi compra, vi en un costado del mostrador una canasta repleta de Bretzels –estaba casi escondida por otras canastas de pan– y pensé: “ahora o nunca”. Volví a entrar, me dirigí a la señorita del mostrador y le dije: eine Bretzel bitte, ella me lo entregó y me dijo con mucha cordialidad: vielen dank; sonriendo le contesté: tchüss, mientras abandonaba la tienda, no sólo con el Bretzel, sino también con el pan para el desayuno, previo a nuestro regreso de tierras alemanas.

 

Carlos Tupiño Bedoya
Febrero, 2017